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Gente como uno: donde descansan las almas migrantes

Sonia Bermúdez creó este cementerio donde ha sepultado a más de 600 migrantes venezolanos. Los familiares acuden a ella al no tener recursos para pagar un servicio fúnebre en Riohacha y la región guajira

Rafael Sulbarán Castillo

Rafael Sulbarán Castillo

@RafaelDSulbaran

Por un largo pasillo veo su estampa. Una figura veinteañera y su espíritu joven la acompaña. La costumbre vieja dice que la edad de una dama no se revela, pero a ella no le da pena decirlo. “Desde los 13 trabajo con los muertos y tengo 54 años en este oficio. Saca tú la cuenta”, me comenta Sonia Bermúdez sentada en la recepción del hotel que ella me ayudó a conseguir. 

 

La visito con el deseo de conocer su historia, y sobre lo que hace. Enseguida me di cuenta que es una persona muy popular en Riohacha, la capital del departamento de la Guajira en el norte de Colombia. Es que desde muy pequeña, como dijo, ha trabajado de cerca con el Cementerio Central. Su papá era el encargado de preparar a los muertos de la ciudad y ella, muy curiosa, se pegó al oficio y desde entonces no lo ha soltado y bueno, fue la única que lo heredó. Sus hijos le ayudan en ciertas cosas, pero, “no lo hacen como la madre”, comenta riéndose. 

 

Sonia recorre las calles de la ciudad, saluda a mucha gente. Algunos le gritan y le apartan una cita en el cementerio, sitio que administra desde hace unos cinco años. Este lugar estaba encargado por la iglesia católica, pero tuvieron problemas para mantenerlo. Por eso la alcaldía le cedió el espacio a Sonia por su larga experiencia como forense y su vocación de protección y cuido para los necesitados.

 

Ella fue mi anfitriona en Riohacha. Primero me invitó al Cementerio Central, pero yo ando buscando conocer más sobre Gente como uno, otro cementerio que ha levantado con su propio esfuerzo y donde actualmente reposan más de 600 cuerpos de ciudadanos venezolanos. 

¿Por qué venezolanos? le pregunto y me contesta que actualmente muchas familias no tienen dinero para enterrar a sus muertos y los migrantes venezolanos, especialmente, no tienen ni dónde caer. Algunos pasan la frontera para sepultar a los suyos en el lado colombiano. Otros son migrantes que residen en La Guajira, en el lado colombiano. 

“Todos acuden a mi porque Sonia Bermúdez es la única que hace esto en toda la región”

Todos iguales

Conozcamos un poco sobre la historia de Gente como uno. En el año de 1996 Sonia, al notar que muchas familias se quedaban sin poder enterrar a sus muertos por los altos costos, decidió acudir a la oficina del alcalde y plantear una idea: “me acerqué a alcaldía y les cuento que necesitaba un espacio, que me cedieran un terreno para poder enterrar estos cuerpos. El señor alcalde lo que supo decirme fue que si tanto quería a esos muertos, podría quedarme con los huesos”, recuerda con recelo Sonia

Esa negativa no la dejó tranquila. Siguió insistiendo hasta que consiguió un espacio.

“Entonces después que obtuve el terreno, comencé a darle sepultura a personas de Riohacha o Maicao que no podrían pagar un servicio. También personas víctimas del conflicto armado, algunos sin identificación”. Cuenta Sonia que con el tiempo, la tierra fue cediendo debido a la cantidad de cuerpos que tenía allí, se fue dañando.

Durante años, mantuvo ese terreno sin tener un apoyo del gobierno local. Ella quería ayudar a más personas y construir unas bóvedas para evitar el uso de la tierra que ya no servía para sepultar. Pero en el año 2007 asumió un nuevo alcalde y la cosa mejoró. “Yo le llevé la propuesta y entonces él me colaboró”, explica Sonia. 

“Antes de construir esas bóvedas, en el espacio donde las hice, al ser sepultados los cadáveres, pero bajo tierra, porque la tierra tiene la propiedad de descomponerse también al igual que un organismo de una persona, de un animal, entonces de tanto meter y sacar muertos, meter y sacar muerto ya hubo un momento en que uno pisaba y se hundía. Entonces se me ocurrió la idea de sacar todos esos restos y construir unas bóvedas. Y en efecto, lo hice”. 

Estos fueron los inicios de toda esta labor que no se cansa de hacer y que le llena de mucho orgullo. “Todos acuden a mi porque Sonia Bermúdez es la única que hace esto en toda la región”. Y sí, tiene razón.

La ayuda humanitaria

Sigo conversando con Sonia en esa mañana soleada y calmada, allí muy cerca de la costa con el Mar Caribe. El Cementerio Central está en el medio del casco histórico y turístico de la ciudad. En la esquina hay un puesto de arepas de huevo que se abarrota de clientes europeos. También en la esquina está el hotel que me hospedaba, justo al lado del cementerio. Todo está muy junto, cerca.

Entonces allí sentados, mientras escuchamos también el ruido de la pala contra el cemento, en pleno proceso de construcción de una bóveda, Sonia me cuenta que hace tres años o más, cuando el éxodo migratorio venezolano alcanzó cifras históricas, comenzó de lleno a trabajar en función de los migrantes.

“Recuerdo que los primeros venezolanos que sepulté, fallecieron en Maicao. Los familiares tenían cinco días de estar dando vueltas porque todo es muy caro y más para ellos que apenas tenían para comer algo”, cuenta Sonia antes de levantarse de la silla, tomar la llave de su camioneta e invitarme al asiento de copiloto para iniciar el camino a Gente como uno.

La carretera hacia Valledupar me recordó a las vías de Falcón o el camino a Los Puerto de Altagracia, en Venezuela. Nos acompañan dos ayudantes, los que echaron pala hace un rato: son Luis y Gerardo. Cambiamos sus nombres por su petición de privacidad, más por pena que por temor. 

Sonia lleva los vidrios abajo de su Toyota y a cada tanto saluda a las personas que le gritan lanzando besos o diciendo alguna cosa. Cada tanto también toca la bocina quejándose del caos vehicular en la capital guajira. “Mira cómo van esos todos apretados en la moto, no tienen conciencia”, dice Sonia mientras señala un vehículo de dos ruedas que se atravesó y viajaba con un par de niños. 

También vamos hablando sobre su experiencia como forense. Nos contó sobre uno de los casos más impresionantes que le han tocado: fue de un trabajador chino que se cayó de una torre. Mejor no expliquemos detalles sobre eso. Como buena conversadora que es, Sonia siguió relatando lo que hace y cómo lo hace, cómo es el proceso para que un cuerpo sea enterrado en Gente como uno. 

Su número telefónico es casi que de dominio público, por eso, una persona al presentar problemas con un familiar fallecido la busca. También los empleados de clínicas o centros de asistencia, van a su encuentro. “Entonces ya, por ejemplo, en la clínica y en los hospitales, las trabajadoras sociales tienen la comunicación conmigo, me avisan o le dan el número a la familia. La familia me contacta. Van inclusive a mi casa y arranca el proceso. Yo me traslado a la clínica o al hospital, recojo el cuerpo, lo traigo aquí (al Cementerio Central), aquí lo preservo, le doy un ataúd”.

Luego de la entrega de la urna, si la persona quiere tenerlo en su casa se lo lleva o coordina el sepelio para darle sepultura. ¿Y cómo traslada los cuerpos? Sonia también les da transporte en su Toyota. 

“Me los llevo en el carro porque no tengo donde más llevarlo”, allí mismo en la cabina se trasladan los dolientes para el entierro.  

Mientras Sonia conversa plácidamente, Luis y Gerardo van callados. A veces asienten ante cualquier comentario. Ellos son apenas dos personas parte del grupo que acompaña a Sonia. Ella les da trabajo, los atiende, está pendiente de su comida y que puedan ahorrar dinero. Luis llegó a Riohacha hace dos años huyendo del hambre en Venezuela. Gerardo lo hizo en 2019 también enfocado en trabajar para poder darle el sustento a su familia.

“Ayudamos a la señora Sonia, claro, es un trabajo que alternamos con otros oficios acá en Riohacha”, comentó Gerardo. Ellos se encargan de construir y reparar las bóvedas, en el Cementerio Central y en Gente como uno. 

“Sentimos que también aportamos en algo para ayudar a nuestros compatriotas”, expresó Luis. 

Luego de unos 20 minutos de viaje, llegamos al lugar donde descansan tantos cuerpos de migrantes. Lo primero que se nota es un gran árbol en toda la entrada junto al letrero que dice: “Sin distinción, porque todos somos iguales. Gente como uno”. Ese árbol no fue cortado al momento de preparar el espacio. “Lo dejé allí y de cierta forma representa un monumento a cada persona que yace aquí”, expresa Sonia. 

Ella me va explicando las características del terreno. A simple vista parece un área desolada, solo hay cujíes con bolas de plástico incrustadas y tierra alrededor El grupo de bóvedas están separadas por cientos de metros. En medio de la vegetación árida, una superficie desigual rodeada de escombros desorganizados, flores de plástico que el viento se llevó y un poco de basura plástica. 

Las mini torres de Bóvedas, en la distancia, asemejan cuatro estantes lejanos de una biblioteca. La palabra que más se lee en los espacios es: Venezuela. Muchas de ellas tienen ese distintivo, esa marca como para dejar constancia de su raíz. “Soy de Venezuela” reza el mensaje en una de ellas.

Yo me desplazo con mi cámara para capturar cada fotografía que están apreciando en esta crónica. Sonia, Luis y Gerardo me observan desde la camioneta.  Miro desde distintos ángulos las sepulturas, las flores, los epitafios, las fechas, los floreros vacíos, los nombres…y mientras estoy allí pienso en cuántas personas habrán quedado aquí con los sueños truncados, esos deseos de una mejor vida que se vieron sorprendidos por una enfermedad, un ataque violento, un atraco o un accidente desafortunado. 

También pienso que al menos tienen la posibilidad de descansar aquí, que están identificados y que hay una persona que se preocupa mucho por ellos.

Estuve dando click a la cámara unos 10 minutos. Regreso a la camioneta y Sonia nos lleva de nuevo a la entrada, junto al árbol. “Este árbol distingue este espacio”, repite.

Estamos de vuelta en  la ciudad, otra vez el caos, las motos, el vallenato a todo volumen, los autobuses humeantes. Sonia me deja en el otro cementerio, “No te sorprendas mijo, yo vivo entre muerto y muerto”, suelta una sonrisa y me desea buena suerte en mi viaje. Me despido prometiéndole volver para seguir contando su labor de ayuda y en esa gente como uno.

Fotos: Estela Migratoria/PlumaVolátil Media

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