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Más de mil niños venezolanos sin acceso al estudio en el barrio La Parada

En Villa del Rosario, municipio fronterizo con Venezuela, se encuentra esta comunidad que es una de las que más ha sido impactada por la migración.

Rafael Sulbarán Castillo

@RafaelDSulbaran

A Lorena le gusta mucho leer, como puede, su mamá Dayana Acevedo, día a día saca unas dos horas de su tiempo para dedicarle a la lectura. Allí Lorena practica con su hermanita Lucía, de siete años de edad. “Yo quiero volver a estudiar, pero mientras aquí practico con mi hermana”, dice Lorena que cursaba el sexto grado cuando tuvo que interrumpir sus estudios.

Lorena y su hermanita se cuentan entre las niñas migrantes venezolanas que no han podido estudiar desde que llegaron a este país. Según un estudio de la Fundación Nuevos Horizontes de Juventud, (Funhojuv), en la parada hay cerca de mil niños, niñas y adolescentes venezolanos que no han podido ingresar al sistema educativo colombiano. 

Lorena y Lucía estudian como pueden, y en las tardes juegan allí cerquita de su casa, en una vereda del barrio La Playita, en La Parada. Allí conviven niños recicladores, otros que trabajan en las trochas desde Venezuela por unos pocos pesos. Los más pequeños están en coches todo el día, mientras sus cuidadores piden dinero. Otros están solos. Según Funhojuv, hay 272 niños así, a la buena de Dios, sin estar acompañados. 

Esta dinámica es común, es el panorama que se vive en allí y que pasa como normal ante los ojos de muchos.  

En La Parada la población crece junto a los problemas. En 2015 la población era de unas dos mil personas. Para el 2020 ese número sobrepasó los 11 mil pobladores, según datos de la “Primera Caracterización de La Parada”, estudio realizado el año pasado por Funhojuv y la Universidad del Rosario. Esto refleja un crecimiento por encima del 450%. 

El 97% de los que viven allí son venezolanos y una gran parte, es decir el 90,08% no tiene documento regular en Colombia. Por esto se ven obligados a trabajar de manera informal y no gozar de la seguridad social. Esta situación afecta directamente a los niños, ya que muchos deben quedarse trabajando para aportar en la casa. En otros casos, no hay cupos suficientes en las escuelas cercanas y no hay recursos para costear un aparato electrónico que les ayude a estudiar su hogar.  

“No se puede vivir de solo buenas intenciones. Hay organizaciones que llegan con grandes planes, pero son por un período limitado, no es suficiente con darles talleres por seis meses, el problema sigue luego que se acaba el contrato”

Jony Sifontes. Director de Funhojuv Tweet

Por eso al caminar por las calles de los siete barrios principales, es común hallar niños corriendo detrás de un balón, montados en una bicicleta o simplemente sentados, allí, haciendo nada…todo el día.

Jony Cifuentes, director de la Funhojuv, considera que una de las causas de esta situación es que los planes a largo plazo son inexistentes, no existe atención directa a estos jóvenes que son principalmente vulnerables a ser captados por grupos armados, caer en redes de tráfico sexual o explotación laboral. 

“No se puede vivir de solo buenas intenciones. Hay organizaciones que llegan con grandes planes, pero son por un período limitado, no es suficiente con darles talleres por seis meses, el problema sigue luego que se acaba el contrato”, afirmó Cifuentes además que una gran parte han fallado o no son acordes con las necesidades.

Dulce trabajo

“Es difícil tener tantos dulces a la mano y no poder comerlos, pero tengo que venderlos”. Paola está recostada sobre una mesa de plástico azul, frente a la casa donde vive. Allí reposan dulces de todo tipo, caramelos, chupetas, golosinas en general. También hay paquetes salados y todas esas cosas que les encantan a los niños y que Paola, a sus 12 años desea devorar pero no puede, ya que esos dulces forman parte del producto que ofrece junto a sus tres hermanos allí, en toda la entrada de la casa, en el barrio La Playita.

Paola es una de las niñas que trabajan para poder ayudar a sus padres con quienes llegó el año pasado provenientes de Maracay. Afortunadamente, Paola y sus hermanitos, sí han logrado estudiar. “Los tengo acá todo el día, en la mañana me ayudan con los dulces, en la tarde estudian y en la noche también me ayudan con los perro calientes”, dijo Viviana Peralta, la mamá de Paola. Toda la familia participa en la venta mientras el papá trabaja en la trocha.

Aguardan impacientes el regreso al salón, mientras, la “nueva normalidad” les ha traído problemas, ya que solo tienen un teléfono para conectarse a las clases virtuales que ofrece el colegio Luis Gabriel Castro, ubicado allí mismo en Villa del Rosario.

“El internet falla, y no podemos usar a tiempo el único teléfono que tenemos”, dijo Paola. Siempre coinciden las horas de las actividades, por eso se retrasan y han bajado el rendimiento. 

Esto es algo que está afectando a niños venezolanos en todo el país. Según la Encuesta de Calidad de Vida e Integración de los Migrantes Venezolanos en Colombia, el 51,4 por ciento de los niños, niñas y adolescentes tiene rezago escolar, entre varias causas, por no tener acceso a un aparato electrónico. 

En contraste con sus vecinos, José Miguel de 11 años está muy motivado allí sentado junto a su compañerito de clase: Gerardo. Ambos estudian en la escuela Santa María del Rosario, de Cúcuta. “Si tenemos un celular que José usa todos los días con sus clases”, dijo su mamá, Ana Gutiérrez. De vez en cuando, Gerardo, lo acompaña ya que en su casa las condiciones no son muy buenas para el estudio. “En mi casa no hay luz y no han podido colocarla de nuevo”, dijo Gerardo.

En casa no hay conexión a internet, tienen que conectarse con la señal de una vecina. “Tenemos que alquilar el internet, pagamos 30 mil pesos al mes y la vecina nos comparte la clave”, dijo Ana. De esta forma puede su muchacho estudiar allí tranquilo. José también desea regresar pronto al salón. “Allá me gusta más, me concentro, aquí me distraigo a veces y eso no es bueno”, dijo.

Así, entre mucho tiempo libre, riesgos, ocio y deseos de estudiar, la juventud en La Parada lucha y clama porque sean visibilizados. 

Foto/Cortesía Diario La Opinión

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