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Una mano solidaria a los caminantes venezolanos

Desde la ciudad de Bogotá han salido más de 3550 migrantes venezolanos luego del brote de coronavirus.

Por: Rafael David Sulbarán

Sentada sobre el pasto, Janeth Montero parece esconder algo. Su cuerpo delgado está cubierto por un abrigo azul y una frazada que le sirve de escudo contra el frío. Llegó allí la noche anterior cuando fue sacada de un albergue para migrantes en el centro de Bogotá. Un quejido tímido delata lo que tiene escondido entre sus brazos: su hijo de un mes de nacido.

Janeth tiene treinta años y tuvo que huir de Venezuela porque ya no podía conseguir los alimentos para comer. Lo hizo junto a su esposo y su hijo de seis años. “Ayer nos salimos del albergue donde estábamos, el trato que recibimos no fue el mejor, en oportunidades no nos daban el desayuno y era muy estricto todo, por eso es mejor buscar lo propio en la calle”, expresó Yorman Rosales, esposo de Janeth. Él tiene 37 años y es oriundo de Valencia, la capital del estado Carabobo, al norte de Venezuela.

Esta joven pareja perdió su casa en Venezuela y llegó a Bucaramanga en 2018. Allí ambos trabajaban en las calles vendiendo hortalizas. En algunas ocasiones, Yorman también trabajó en la construcción. Lograban resolver para solventar lo básico, pero con la llegada de la covid-19 no pudieron seguir pagando la pieza que tenían alquilada. “Llegamos aquí en plena pandemia. Me tocó viajar estando embarazada”, comentó Janeth aún sentada dándole pecho a su pequeño.

«Allá en Bucaramanga nos sacaron y no les importó que mi esposa estuviera esperando un bebé. Por eso decidimos caminar hasta Bogotá”, agregó Yorman.

El pequeño bebé vio la luz por primera vez en plena pandemia, en Bogotá, y no ha podido ser registrado ante el Estado colombiano porque sus padres no cuentan con documentos regulares. “Por todo esto de la cuarentena y que además no hemos podido registrar a nuestro hijo porque no tenemos PEP ni pasaporte, decidimos irnos caminando hasta Venezuela”, agregó Yorman.

Esta familia se encontraba en la salida de la autopista norte de Bogotá, una de las principales vías de la capital colombiana, por donde diariamente decenas de familias emprenden los primeros pasos de los casi 600 kilómetros que los separan de la frontera con Venezuela, en el departamento de Norte de Santander. Según estimaciones de la Alcaldía de Bogotá, al menos 3.550 venezolanos han abandonado la ciudad luego de quedarse sin trabajo por el brote del nuevo coronavirus. Por la ciudad también transitan migrantes venezolanos que vienen caminando desde otros países como Chile, Perú o Ecuador.

Asistencia

“En cada jornada atendemos entre 60 y 70 caminantes venezolanos en la vía”, indicó Cristian Zuluaga, asistente técnico y de educación del Consejo Noruego para Refugiados, organización humanitaria que trabaja muy cerca con los migrantes venezolanos, especialmente los más vulnerables.

Semanalmente un equipo de psicólogos, abogados, educadores y orientadores de esta institución realiza recorridos hacia las afueras de la capital colombiana para brindarle atención a las familias que salen caminando hacia Cúcuta. “En su mayoría son personas que han sido desalojadas de los sitios donde vivían y viajan con las pocas cosas que han podido guardar. Nosotros les donamos ropa, comida y orientación”, comentó Zuluaga.

La vía del norte de Bogotá es la más transitada por los caminantes, pero también desde el sur, por el municipio de Soacha, migrantes salen e ingresan a diario. Jackson Alvarado es uno de ellos. “Venimos desde Perú y ya tenemos 58 días caminando”, contó el hombre de 37 años, parado debajo de un puente en la población de Tocancipá. Allí se encontraba con su esposa y su hijo de cuatro meses de nacido.

En el recorrido de atención humanitaria, que en ocasiones se realiza desde la salida de Bogotá hasta la ciudad de Tunja, en el departamento de Boyacá, los representantes del Consejo Noruego hacen paradas donde hallan a los caminantes con evidentes signos de desgaste físico y deshidratación.

Les piden sus datos básicos, y les preguntan hacia dónde van y por qué fueron desalojados. De igual manera les solicitan que cuenten un poco sobre las experiencias en el camino. Todas estas entrevistas en el campo les permiten identificar las mayores necesidades de esta población vulnerable. Luego de conversar con ellos, les donan un morral viajero con ropa cómoda, abrigos y zapatos deportivos para el camino; una bolsa para dormir, elementos de aseo y galletas con atún.

Jesús Carache caminaba con ampollas en sus pies y sus zapatos ya estaban desgastados. Luego de 27 días retornando desde Perú, Jesús por primera vez recibió atención en el camino. “Desde que salimos nadie había parado a darnos ayuda. Mis pies no los aguanto, por eso vamos realizando paradas de vez en cuando para retomar fuerzas”, comentó mientras tomaba un descanso junto a cuatro compañeros debajo de la sombra de un árbol en la vía a Tocancipá. Allí los profesionales del Consejo Noruego le regalaron agua para lavarse los pies y también un par de calzado nuevo.

Los caminantes reciben la asistencia en plena vía. (Foto/Jonathan Sarmiento).

En ocasiones encuentran a los caminantes totalmente exhaustos. Dependiendo del caso, si es posible canalizar más ayuda, los convencen para que no realicen los retornos caminando y les ofrecen cupos en los diferentes albergues disponibles para esta población.

Entre los programas que brindan a los migrantes destaca “La madriguera”, un espacio educativo para menores de edad en situación vulnerable. Los orientan básicamente para que quienes decidan quedarse en Colombia puedan adaptarse. “Les hacemos seguimiento; no solo les atendemos cuando llegan, sino que monitoreamos las condiciones una vez que salen de nuestro programa”, añadió Zuluaga.

Yarisol Gómez llegó a Bogotá unas semanas antes del decreto de cuarentena obligatoria. Vino a visitar a su esposo y pasar unos días en la ciudad. Luego regresaría a su casa en Barquisimeto, en el centro occidente de Venezuela. Pero perdieron todo en medio de la pandemia y tuvieron que refugiarse en el campamento improvisado que instalaron en la autopista norte junto a centenares de paisanos.

Ella y su pareja decidieron retornar a la frontera con Venezuela caminando. En Tocancipá les ofrecieron un trabajo y resolvieron quedarse, pero aún permanecen a orillas de la carretera, duermen debajo de un puente, esperando ayuda pronto para conseguir un alojamiento.

Así transcurre el tiempo para estas personas, que caminan con sus sueños a cuestas, con la incertidumbre del camino que les espera, pero convencidos de que, a pesar de la fuerte crisis, Venezuela les brindará un alivio de hogar.

Crónica publicada en Proyecto Migración Venezuela, de la Revista Semana.

Fotos: Jonathan Sarmiento.

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